viernes, 11 de agosto de 2023

"La parábola de los talentos" (1998). Octavia E. Butler

Con la entrada de hoy finalizo mi recorrido por las principales distopías del siglo XX. Hemos llegado al año 1998, que fue cuando vio la luz "La parábola de los talentos", de la estadounidense Octavia E. Butler. Una novela que, debo advertirles, no es la primera parábola que escribió la autora: en 1993 ya había publicado "La parábola del sembrador", y ambas conforman la que se conoce como serie de las parábolas. Sin embargo, pese a la estrecha relación que guardan, ambas se pueden leer de manera independiente. Y la que mayor reconocimiento obtuvo fue precisamente la segunda entrega de la saga, que se alzó con el Premio Nébula. De hecho, esta reseña que hoy les traigo debería haber formado parte del recorrido que, como recordarán, hice en su día por las novelas galardonadas con el Premio Nébula. Pero en aquella época me resultó imposible, pues hasta finales del pasado 2021 ambas parábolas permanecieron inéditas para el lector en español. Es por eso que he procedido a leerlas no hace demasiado, afortunadamente a tiempo para que la que considero más representativa de las dos pueda cerrar mi lista. Porque estamos ante una distopía cruda y directa, fiel reflejo del ideario de su autora, plena de reflexiones, de momentos de gran intensidad, y también de excesos y defectos que merman un tanto la impresión global de la misma.

El panorama que plantea Butler para el año 2032 no se aleja en demasía del que tenemos actualmente: las crisis económica, política, ecológica y moral están muy bien captadas en una California prácticamente devastada tras la denominada "Calamidad" de los años veinte. Ese inquietante punto de partida provoca que desde el mismo comienzo el lector se interese por la historia. Una historia, por cierto, muy bien narrada a varias voces, con predominio para los diarios escritos por su protagonista, Lauren Olamina, pero sabiamente complementados al principio de cada capítulo por las aclaraciones y reflexiones de su hija Asha Vere y, en menor medida, por las notas de su marido (Bankole) y de su hermano (Marcus). A estos dos aciertos, Butler añade una crudeza que, presentada con razonable verosimilitud, resulta tan impactante como cautivadora. Las difíciles condiciones en las que, muy poco a poco, va prosperando la comunidad de Bellota, su destrucción y posterior transformación en el Campamento de América Cristiana, las violaciones, la esclavitud, las vejaciones, la suciedad, la incesante lucha por la supervivencia, todo ello conforma un panorama tal vez un tanto reiterativo pero de hondo calado.

Y sobre este escenario post-apocalíptico, y que recuerda en cierta medida al Medio Oeste de los Estados Unidos en el siglo XIX, la escritora nos propone, a través de Olamina, una nueva esperanza en forma más de religión que de secta: "Semilla Terrestre", a la cual su protagonista dedicará la mayor parte de sus esfuerzos a lo largo de varias décadas. Una religión que parte de un concepto novedoso ("Dios es cambio") para terminar con un mensaje muy propio de la ciencia-ficción: para que la humanidad contemporánea supere todos los males que la aquejan, la única opción es una expansión gradual por las estrellas. Así, durante buena parte de la novela, Butler se dedica a enfrentar las bondades de este nuevo credo con un cristianismo de doble moral que, según ella, debe ser superado. Y ahí es donde surgen los excesos y defectos a los que aludía al comienzo.

Excesos como la reiteración en los postulados de "Semilla Terrestre", y la recreación, más allá de lo verosímil, de todo lo malo que encierra realmente ese cristianismo ultra-conservador. Hasta el punto de presentar al recientemente electo Presidente de los Estados Unidos, Andrew Steel Jarret (republicano, por supuesto) como si se tratase del mismísimo demonio. Y de crear un grupo a semejanza del prácticamente extinto Ku-Klux-Klan (los denominados Cruzados de Jarret) capaz de las mayores atrocidades imaginables en nombre de la Biblia. Extendiendo, por si fuera poco, la culpa de todos esos actos atroces a todos esos seguidores de Jarret que, según ella, por no poner en riesgo su posición social, miran para otro lado.

Esos excesos a la hora de presentar a unos y a otros, dificultando que el lector reflexione por sí mismo, se ven agravados por varios defectos asociados. Para mí el más obvio es que la autora se centra tanto en sus críticas, y en las bondades de su "Semilla", que se olvida de sus personajes: con honrosas excepciones (Harry, los Noyer, Marcus), Butler los va tomando y soltando según le conviene en la narración, sin que el lector nunca termine de reconocerlos, ni de situarse con ellos. Otro fallo es la introducción de un nuevo y determinante personaje (Belen Ross) cuando apenas queda una décima parte de novela. Por otro lado, la mezcla de artefactos y utensilios más propios de los siglos XX e incluso XIX con otros de última generación como Gafantasía no está muy lograda, lo que perjudica el siempre necesario elemento científico. Como tampoco las propias elecciones presidenciales, que según la autora requerían de un sofisticado sistema de identificación, evidentemente inaccesible para la precaria comunidad de Bellota que, sin embargo, sabemos que ejerce su derecho al voto con normalidad. Finalmente, aparte de detalles en los que se insiste mucho pero son relativamente irrelevantes para la narración, como la hiperempatía o los collares, el ritmo narrativo también me parece cuestionable: más bien lento en el primer tramo de la novela, con aclaraciones que cortan un tanto la dinámica en su mejor fase, y excesivamente apresurado al final.

Quizá para compensar el excesivo posicionamiento en favor de "Semilla", conforme avanza la novela la autora cada vez va volcando mas la posición de Vere hacia el cuestionamiento total de su madre y, por tanto, de la nueva religión. Algo especialmente apreciable en un desenlace previsible a alto nivel, pero escabrosamente sorprendente a bajo nivel, y que contribuye a que al final la novela no se presente tan doctrinaria como apuntaba. Aunque, en mi opinión, sí más de lo que debería para haber alcanzado la categoría de clásico, a la que durante la lectura parece aspirar.

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