sábado, 17 de junio de 2023

"La fuga de Logan" (1967). William F. Nolan & George Clayton Johnson

Continúo avanzando en mi recorrido por las distopías más relevantes del siglo XX. Seguimos en la década de los sesenta, durante la cual, como ya mencioné en mi anterior entrada, la superpoblación se convirtió en una cuestión tan obsesiva que acabó condicionando muchas de las novelas del subgénero de aquellos años. Tal es el caso de "La fuga de Nolan", con mucho la obra más conocida de los escritores estadounidenses William F. Nolan y George Clayton Johnson, hasta tal punto que la novela se ha seguido reeditando con asiduidad hasta nuestros días. Si bien debo advertirles de que se trata de un libro con muchas lagunas, pues aunque parte de una gran idea, y presenta un espectacular mundo futurista, desaprovecha ambas virtudes por culpa de una trama ramplona, un estilo muy pobre, y varios errores garrafales.

La premisa de partida de esta distopía no puede resultar más cautivadora: tras la Guerra Joven, acaecida a finales del siglo XXI, y que se explica someramente cerca del final de la novela, se establece un límite máximo de veintiún años para la vida de los seres humanos, dividida en tres tramos de siete años cada uno (infancia, adolescencia y madurez), los cuales son controlados por una flor electrónica incrustada en la mano derecha de cada persona, cuyo color indica el tramo de edad en el que se encuentra. Desde el nacimiento hasta los siete años los seres humanos son educados en Guarderías Industriales a cargo de Autoinstitutrices mediante hipnoclases que condicionan férreamente a los niños para que acepten ese modo de vida. Aun así, existen Fugitivos que a los veintiún años tratan de seguir viviendo, y para acabar con ellos se ha establecido el cuerpo de Agentes del Sueño Profundo, al cual pertenece Logan, el protagonista absoluto de la novela.

Por si este punto de partida no fuera suficiente para crear una gran historia, la ambientación de la Tierra del año dos mil ciento dieciséis es delirantemente sugestiva: ciudades sumergidas, macrocentros de placer, macroesculturas en la naturaleza para alojar al Pensador que todo lo controla... por no faltar nada, nos encontramos hasta una recreación con autómatas de una batalla de la Guerra de Secesión: una mezcla de provocación e ingenio, inverosímil a veces, fascinante otras. Unos marcos escénicos que, bien aprovechados, casi podrían haber bastado para complementar la idea de base y facturar una gran novela, pero que, por el contrario, sirven esencialmente para poner de manifiesto dos de sus muchos defectos: la ausencia casi total de lógica, y la incapacidad para dimensionar esa fuga sin fin que da título al libro.

Porque, por muchos túneles que horaden la Tierra, y por muchos LaberintAutos que estén disponibles para Logan y su compañera Jess siempre que los necesiten, es ilógico que puedan desplazarse por todo el planeta a la velocidad que lo hacen. Y que lo hagan sin prácticamente comer, dormir, o siquiera descansar, como si ya hubieran perdido su condición humana. Pero es que, además, apenas se justifican los saltos de un marco escénico al siguiente, ni se introducen las pausas necesarias para explicar los orígenes de dichos lugares, o para permitir que la pareja protagonista se aclimate al nuevo entorno, o piense en cómo explotar las nuevas posibilidades que les ofrecen.

Y es que, pese a haber sido escrita a cuatro manos, la novela emana en todo momento una profunda sensación de falta de calidad literaria. Personajes tan planos e incondicionalmente fieles como Jess, nulo espacio para las reflexiones que cabría esperar en una distopía con un punto de partida tan atrayente, una prosa entrecortada, breve hasta el extremo y únicamente centrada en alargar una situación límite, hasta el punto de que el lector termina por dejar de percibirla como límite... Parece mentira que los escritores no logren proporcionarle al lector algo más que un fantasioso entretenimiento.

Además, la trama, una vez comienza la huida, es prácticamente inexistente, y ni siquiera el original giro final llega a tiempo de salvar los muebles. Los personajes secundarios son puro cartón-piedra, y casi los úicos detalles en los que profundizan los autores son los seis tipos de balas diferentes que alberga un arma de un agente del SP. Por supuesto, a pesar de llegar incluso a adentrarse en las entrañas del Pensador, Logan y Jess superan sin sufrir grandes daños las situaciones más desesperadas, y la novela se convierte así casi en exclusiva en una mera sucesión de correrías sin mayor interés.

En suma, una idea y un marco escénico que les vinieron demasiado grandes a dos escritores justitos de talento, y que hoy en día nadie recuerda más allá de esta obra.

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