domingo, 8 de enero de 2023

"El yermo" (2013). Sergi Llauger

Con la presente entrada nos acercamos ya al final de nuestro recorrido en orden cronológico por algunos de los autores que han escrito ciencia-ficción en España, a través de sus obras más reputadas. Estamos ya en un año bastante reciente (2013) que fue cuando se publicó "El yermo", por aquel entonces la segunda novela del catalán Sergi Llauger. Un escritor que, como algún otro ya anteriormente reseñado, ha conseguido con su obra traspasar las fronteras patrias y obtener reconocimiento en el complejo panorama literario anglosajón. Lo que refleja a las claras la calidad y el interés que despiertan sus libros. Siendo el que hoy les traigo el que más claramente se adscribe al género de la ciencia-ficción. Estamos ante una extensa novela, ambientada en un marco escénico relativamente poco original (la Inglaterra post-apocalíptica), pero que resulta convincente gracias a un buen argumento, a una dureza extrema, y a un elenco de personajes bien concebido para provocar múltiples emociones en el lector, algo que consigue sobradamente.

El escritor logra atrapar al lector desde el mismo comienzo, y ya no lo suelta hasta el final. Ahí radica tal vez su mayor virtud. Y es que conceptualmente el argumento es sencillo (una primera fase de puesta en situación, a la vez que de introducción de los personajes principales, y una segunda en la que algunos de ellos emprenden una desesperada expedición), pero lo enriquece con personajes secundarios que, casi sin excepción, le permitirán más adelante conferir giros inesperados a la trama, y lo desarrolla en capítulos de duración siempre adecuada, con una prosa neutra y fluida que facilita la lectura.

Al magnetismo que genera el libro contribuye decisivamente la Inglaterra devastada por la Guerra del Olvido que se menciona como detonante. Proporcionando la suficiente información para dimensionar adecuadamente el conflicto, sus descripciones, siempre comedidas, reflejan estupendamente el nivel de ruina: tanto los lugares presentados como las personas que subsisten en ellos muestran una devastación de tal calibre que el lector se siente profundamente impresionado. Con un buen conocimiento, además, de todos los lugares que va recorriendo (algo a lo que contribuye el mapa que figura al comienzo de la novela), y una innegable habilidad para que semejante catástrofe posibilite multitud de aventuras.

Porque ésta es una novela que encierra mucha acción, pero también pánico, soledad, desazón, espíritu de supervivencia, episodios de violencia, momentos para el amor o para descubrir el poso de humanidad que aún conservan unos seres humanos tan forzosamente embrutecidos. Esa multiplicidad de sentimientos que genera, unida a recursos que no por esperables dejan de ser efectivos (como la radiación aún presente, la tortura, o el canibalismo) hablan muy bien de la habilidad de Llauger a la hora de aprovechar las posibilidades de su creación.

Un último logro destacable es el elenco de personajes. Comenzando obviamente por Adam, su protagonista absoluto, a quien vemos crecer en hombría y en determinación conforme la vida le va propinando reveses, hasta terminar fijándose como objetivo vital el desarrollo del legado de su padre. Pero englobando también a casi todos los secundarios: el misterioso Efraím, quien poco a poco se irá abriendo a Adam a la vez que humanizando, la reservada Hannah, que gradualmente descubrirá en Adam a alguien diferente a todos los hombres que había conocido antes. O incluso los que sólo aparecen vinculados a un sitio concreto, como Frank, Kane o Kirian, todos ellos creíbles, además de perfectos representantes de lo que encierran los lugares que lideran.

Ninguno de los defectos de la novela es tan grave como para que la impresión final de la misma no resulte claramente favorable. Aunque sí hay varios que resultan perceptibles. El más obvio es la cronología: literalmente las fechas no encajan, puesto que por Adam sabemos que sólo han transcurrido quince años desde la guerra, pero en las transformaciones en las vidas de muchos personajes, o en los periodos que según sus propias palabras han transcurrido desde entonces, o incluso en la metamorfosis de muchos marcos escénicos, necesariamente han tenido que transcurrir varias décadas. Otro muy evidente son los Nocturnos: nunca se aclara realmente si son supervivientes humanos que mutaron por alguna causa, pero es que en realidad ni siquiera son imprescindibles para encarnar el mal en la novela, pues a lo largo de ella tropezamos con humanos mucho peores. Tampoco parece verosímil la perversidad extrema de Gedeón, exagerada hasta el punto de perseguir denodadamente a Adam en un periplo incierto, cuando lo sensato habría sido regresar a su rol en la Guarida. E incluso Noah, el padre de Adam, se va convirtiendo conforme avanza la novela en un poco plausible benefactor sin fin de los supervivientes, pero sin llegar realmente a ayudar en ningún momento a sus dos hijos.

Llauger gestiona bien los tiempos del tercio final y prepara un desenlace un tanto previsible y excesivamente idílico para el tono general de la novela, pero no exento de tensión, a la vez que eficaz a la hora de atar cabos, por lo que ni mejora ni empeora el resultado final de una de las obras más interesantes publicadas en el género en nuestro país en lo que va de siglo.

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