sábado, 28 de septiembre de 2024

"El Aprendiz de Guerrero" (1986). Lois McMaster Bujold

Con la presente entrada retomo mi segundo recorrido por alguna de las sagas más relevantes de la literatura de ciencia-ficción. Continúo revisando en orden de lectura diversas novelas de la Saga Workosigan, de la estadounidense Lois McMaster Bujold. Le ha llegado el turno a "El Aprendiz de Guerrero", curiosamente la primera que realmente tiene al personaje que popularmente da nombre a la saga (Miles Vorkosigan) como protagonista, y también la primera novela que publicó su autora. Hechos ambos que condicionan la lectura, pues a estas alturas el lector ya se ha formado una idea de lo que esperar de la saga y, si ha llegado hasta aquí, es porque espera lo mejor de la irrupción de Miles. Aunque también es consciente de que a menudo las primeras novelas son obras sin pulir de escritores aún en fase de formación. Con todo, debo admitir que tras concluir su lectura mi sensación principal fue de decepción: Bujold rehúye de la peculiarmente atractiva atmósfera de Barrayar y traslada la acción al espacio de Tau Verde, donde repite una y otra vez la misma argucia para que la flota de Miles venza y crezca sin apenas dificultades a todo cuanto se le opone. Sólo al final la novela mejora un poco, con el retorno a Barrayar.

A mi modo de ver la endeblez argumental lastra el resultado final del conjunto. Y eso que el nudo de la trama es válido: la búsqueda de la madre de la mejor amiga de Miles y su amor platónico, Elena Bothari. Pero cuando, casi al inicio de esa búsqueda, ambos abandonan Colonia Beta, la novela se vuelve reiterativa: como si de una estafa piramidal se tratara, Miles se ve envuelto a causa de las deudas contraídas en un conflicto bélico, y su respuesta consiste en repetir una y otra vez el mismo patrón. Es decir, logra vencer a su enemigo y lo incorpora a su flota, que va creciendo; de esta acción surge otro enemigo, lo derrota y lo vuelve a incorporar a su flota, y así una y otra vez hasta terminar por incorporar al Almirante Oser, el líder de la flota de los oserianos. Es cierto que Bujold adereza este simplísimo esquema con algunos aspectos que le confieren cierto interés (el descubrimiento de secretos familiares pasados, o determinados aspectos de estrategia militar), pero hasta que la novela no plantea el complot que debe de estar sufriendo el padre de Miles en Barrayar a causa de los actos de su hijo, la trama no se complica un poco.

Otros defectos perceptibles contribuyeron a esa decepción, hasta el extremo de plantearme abandonar la lectura de la saga: las coincidencias inverosímiles (como el encuentro con Elena Visconti, la madre de Elena Bothari); un estilo desenfadado pero más juvenil que en novelas posteriores de la saga; un conflicto bélico descrito de manera muy confusa (casi imposible comprender qué sucede en realidad entre felicianos, pelianos y oserianos); unos marcos escénicos no excesivamente precisos ni bien localizados (a menudo Bujold se olvida de situar dónde está sucediendo algo, y en general habría venido de perlas un mapa); y el empleo innecesario de barbarismos.

Quizá la principal virtud del libro sea el desarrollo del personaje de Miles: el ingenio con el que supera sus limitaciones físicas, la mezquindad con la que obra en cuestiones amorosas, el honor que sin embargo preside su comportamiento en otras situaciones, la humanidad que destila, cómo va conociendo sus propias limitaciones aunque a veces no se atenga a ellas, o incluso sus dotes de persuasión por medio de la palabra. De suerte que, al finalizar la lectura, el lector tiende de manera natural a conferirle otra oportunidad para observar cómo se desenvolvería en una trama menos monótona y un marco escénico mejor presentado.

También hay que agradecerle a Bujold lo cohesionada que, al menos hasta este punto, está toda su saga: personajes conocidos de libros anteriores que aquí se amoldan con naturalidad a su rol de secundarios, un universo rico y complejo que sigue explorando de manera coherente, la forma como explota o aclara acontecimientos de novelas previas, un elemento científico en segundo plano pero adecuado a las pretensiones de la novela (desde los efectos de la ingravidez hasta el uso de agujeros de gusano para recorrer distancias interestelares) y, sobre todo, esa atmósfera entre militarista y feudal de Barrayar, que Bujold recupera a última hora y que ofrece las mejores páginas de la novela (las relativas al desenmascaramiento del plan urdido por Vordrozda y el Almirante Hessman para poder acursar al padre de Miles de traición). Un acierto inesperado que mejora la impresión global de una novela en la que la bisoñez de su escritora seguramente resulta demasiado perceptible.

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