Con la presente entrada continúo mi recorrido en orden cronológico por las distopías más relevantes del pasado siglo XX. Llegamos ya a 1952, un año en el cual ya se habían publicado algunas de las distopías más influyentes de la literatura. Y que alumbró el debut de uno de los escritores más personalmente inclasificables del género: el estadounidense Kurt Vonnegut. Conocido sobre todo por la espléndida "Matadero cinco" (1969), "La pianola", de título muy poco acertado, es una novela que no desmerece en absoluto de su producción literaria. Y es que, pese a tratarse de su primera novela, en ella ya se manifiestan los rasgos principales de su obra: su clarividencia respecto al futuro de la humanidad, el predominio de personajes "perdedores", su humor negro... Todo ello al servicio de una distopía situada en un futuro cercano, tan reconocible que mucho de lo que encierran sus páginas resonará en nuestra conciencia. Aunque por desgracia también con muchos altibajos en su desarrollo, frecuentes anacronismos, pasajes derivativos, y una segunda línea secundaria mucho menos relevante.
Tras la victoria de los Estados Unidos en la Tercera Guerra Mundial, lograda gracias a una mecanización y una automatización extremas de todos los medios de producción, la sociedad posterior se ha estratificado en dos capas: por una parte, directivos e ingenieros, responsables de dicha mecanización y, por tanto, la clase social dominante; y el resto de profesiones, condenadas casi en su totalidad a la extinción debido al desarrollo de máquinas que se encargan de ellas de manera mucho más eficiente. La estratificación del sistema parece funcionar, pues sólo los habitantes de mayor Coeficiente Intelectual son elegidos para formar parte de la clase dirigente, mientras que el resto goza de cobertura social y un buen nivel de vida, además de unas ocupaciones razonables como parte del Ejército o del Cuerpo de Reconstrucción y Reparaciones. La separación entre ambas está tan asentada que incluso la ciudad ficticia de Ilium está dividida físicamente en dos zonas para alojar a ambos estratos, aislados de manera natural por el río que la cruza. Pero la realidad es que bajo ese aparente éxito social subyacen la alienación, el descontento y otras frustraciones que servirán a Vonnegut para desplegar todas sus reflexiones al respecto.
En su línea narrativa principal, la que sigue al Doctor Paul Proteo, la novela fluirá de manera natural, presentándonos su gradual rebelión frente al status quo que poco a poco irá fraguándose en su interior. En la segunda, la del Sha de Bratphur, lo hará a partir de episodios sueltos que contrastan recurrentemente el éxito teórico de la sociedad estadounidense con su fracaso subyacente. Y esta dualidad entre ambas líneas se erige ya en un primer defecto de la novela, pues mientras que la primera logra despertar el interés del lector, la segunda interrumpe, incluso molesta a veces a la primera, y el capítulo en cuestión igual termina interesando que aburriendo. Debo resaltar, en todo caso, que en ambas líneas los personajes rayan a un nivel alto. Es curioso, porque a veces parece haber demasiados, y otras, en cambio, sugieren una excesiva casualidad a la hora de reencontrarse una y otra vez. Pero en general resultan reconocibles; su posición y evolución dentro de la sociedad, claros; y en su mayor parte resultan útiles para que Vonnegut presente sus especulaciones.
Porque sin duda lo mejor de la novela es su alta carga especulativa. De hecho, la mecanización y la abundancia de profesiones prescindibles o directamente desaparecidas son más acusadas actualmente que en 1952. Cautiva cómo Vonnegut fue capaz de anticipar muchas de las realidades de la actual sociedad occidental, y sus consecuencias sobre los ciudadanos. Y cómo en respuesta a ello defiende la necesidad de sentirse útil, de aportar algo a los demás, para reconocerse como seres humanos plenos. Por satisfechas que puedan estar nuestras necesidades materiales. Otro gran acierto anticipado por el autor es el "team building" que narra en Los Prados durante varios capítulos, tan aburrido y ridículo como verosímil en muchas de las corporaciones más relevantes de nuestra sociedad. A otro nivel, incluso la relación entre Proteo y Anita, con su falsa comprensión mutua, sus intereses individuales ocultos, y la forma como estalla de manera repentina, resulta convicente.
Además de esa segunda línea narrativa irregular, la novela adolece de frecuentes altibajos: algunos capítulos completamente prescindibles, exceso de detalles en otros, situaciones exageradas hasta el extremo a continuación de otras comedidas... Otro problema que afecta al resultado final son los anacronismos: Vonnegut no para de crear artilugios con términos que suenan tecnológicos, pero que no soportan el más mínimo análisis técnico, y por el contrario, otros en desuso desde hace décadas aparecen como si tal cosa. Por no hablar de EPICAC XIV, una especie de súper computadora que ocupa un espacio inmenso, y que parece regular hasta las funciones más irrelevantes de la sociedad, que sería más propia de una novela juvenil que de literatura seria. Todo lo cual provoca que la novela se deje leer, que a veces provoque nuestra risa, pero que como obra literaria se acerque al divertimento y se aleje en la misma medida de lo que podría haber sido una obra de hondo calado. Un hecho al cual el desenlace, un tanto conformista y justito de tensión, no ayuda.
Y es una lástima, porque los mimbres de la novela son excelentes, y el talento del escritor, apreciable ya en su opera prima. Pero en la literatura hay ocasiones en la que el estilo creativo de su autor se impone a su obra, y le resta relevancia. Aun así, una novela muy interesante para todos los que gusten de las distopías y, por momentos, disfrutable.
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