Una nueva entrada prosigo reseñando en orden cronológico las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la década de los noventa. Voy a hablarles en esta ocasión de Metropol, del estadounidense Walter Jon Williams. Que fue una de las novelas nominadas a los Nébula el año que ganó "El experimento terminal", del para mí un tanto mediocre Robert J. Sawyer. Y es que sin considerarla una gran novela, la obra de Williams me parece una digna nominada, muy original, potente visualmente, con varias ideas ingeniosas y bien escrita. Lástima que en mi opinión le sobren elementos fantástico y le falten un rumbo y un propósito claros.
Para tratarse de un mundo tan complejo como el ideado por Williams, superpoblado y sin referencias trasladables a nuestro planeta actual, el escritor consigue con habilidad y buenas decisiones que el lector se sitúe en él sin excesivo esfuerzo, y comience a disfrutar de las bondades de la novela. Que en buena medida derivan de su original propuesta: una lejana Tierra, miles de años en el futuro, en la que toda la superficie disponible ya ha sido edificada y reedificada una y otra vez, sin noches, con algo sólo remotamente parecido a nuestras naciones (Jaasper, Barzaki, Cheloki, Caraqui), y con un elemento fantástico (el plasma) que sin embargo el escritor logra presentar como un concepto plausible y hasta natural en ese mundo futuro.
Además, Williams acierta al plantear una única línea narrativa en torno a Aiah, su protagonista femenina absoluta. La forma como Aiah persigue y logra un cambio en su vida, triunfa a pesar de sus contradicciones, asciende hasta convertirse en colaboradora y amante del metropol Constantine, y acaba saliendo indemne de su participación en la toma de Caraqui, está presentada con una solvencia digna de elogio. Los diálogos son siempre acertados, las descripciones las justas para visualizar la inmensa metrópolis, y el equilibrio entre acontecimientos y sentimientos muy preciso.
Los problemas comienzan cuando Williams comienza a abusar de elementos fantásticos. La "geomántica" y la "geomaturgia", conceptos vinculados a la extracción y la manipulación del plasma, aún tienen un pase. Pero las ánimas, los magos, los mutantes, la teletransportación, el Hombre de Hielo, los delfines que hablan... son demasiados elementos difíciles de aceptar, y la verosimilitud de la novela se resiente. A ello hay que sumarle todo lo que Williams deja sin explicar: lo más obvio es que no arroja ninguna luz sobre la barrera que oculta el sol y la luna, mas tampoco acabamos entendiendo la naturaleza real del metropol, lo que realmente se esconde tras La Operación, o incluso por qué el bebé de Tella tiene que estar siempre en las oficinas de la Compañía.
Argumentalmente la novela también flojea en su segunda mitad. Y es que una vez que Aiah se ha vuelto rica y ha conseguido una relación fluida con Constantine, es obvio que Williams no tiene claro por dónde tirar: si por una conspiración a escala planetaria, si por las pequeñas vivencias individuales de su protagonista, si por la investigación de La Operación... Al final opta por presentarnos la toma de Caraqui como la manera de cerrar de la novela dignamente, y se saca de la chistera el único personaje poco convincente del libro, Rohder, con su extraña cuota de poder y sus si cabe más peculiares encargos. Así el escritor construye un desenlace decente y agradable, pero muy lejos de lo que lo que la novela apuntaba al comienzo.
A pesar de ello, su originalidad y su calidad literaria me parecen argumentos innegables como para que optara a los Premios Nébula. Porque no es fácil aunar esas dos virtudes en un género que estaba ya tan trillado en la década de los noventa como la ciencia-ficción.
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