domingo, 10 de marzo de 2019

Las estaciones de la marea (1991). Michael Swanwick

Con esta entrada empiezo a reseñar las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la década de los noventa que aún no hubieran tenido una entrada en mi blog. Voy a hablarles hoy de "Las estaciones de la marea", del relativamente poco conocido para el lector en español Michael Swanwick. El escritor estadounidense se alzó de manera un tanto inesperada con el Premio Nébula en 1992, un año en el que la novela favorita era "La máquina diferencial", de William Gibson y Bruce Sterling, que ya reseñé en su momento. Ambas novelas se publicaron en un momento muy particular del género, cuando el cyberpunk luchaba desesperadamente por evolucionar para no quedarse anclado como una breve moda pasajera. Sólo en ese contexto puede entenderse el premio para "Las estaciones de la marea", porque con la perspectiva que dan los años me parece una novela plana, confusa y fantasiosa a pesar de pretender ser ciencia-ficción, que únicamente se justifica por su original idea del desplazamiento del océano y por su ambientación.

Probablemente la razón para tal galardón fuera el obvio intento por actualizar la new wave de finales de los sesenta y setenta, acercándola a la fantasía que tan de moda estaba hace treinta años, y aderezándola con detalles tecnológicos más propios del cyber-punk que aún coleaba (podemos citar como ejemplos el sugestivo Palacio Mutable o el omni-funcional Maletín del burócrata). Todo ello presentado con un estilo que recuerda (salvando las distancias) al de mi admirado Robert Silverberg. Y con un aparente mensaje: que en un futuro lejano los ámbitos de la ciencia-ficción y la fantasía pueden converger perfectamente, yuxtaponiendo ciencia y tecnología a magia y rituales.

La otra virtud obvia de la novela es Miranda, el planeta donde transcurre la acción, con sus mareas del jubileo que cada 200 años, y a causa del deshielo de los casquetes polares, sumergen buena parte de las tierras habitadas, con el esperable impacto social y la original consecuencia de que muchas especies puedan adoptar dos formas (una adaptada al medio terrestre y otra al acuático). Al añadirle a este panorama la cercanía del "invierno grande", Swanwick ya tiene creado el trasfondo para que la novela se impregne de una sensación de catástrofe inevitable muy acertada.

Porque en realidad prácticamente todo lo que sucede en la novela es una decepción: el burócrata (un personaje tan anodino que carece de nombre y del que casi no se nos proporciona ningún rasgo físico) recorre el planeta en busca del mago Aldebarán Gregorian, que supuestamente ha traficado con tecnología prohibida en el planeta. Y eso es todo lo que hace: ir recorriendo distintos lugares y encontrándose con diversos personajes más o menos relacionados con Gregorian, que le irán relatando sus vivencias con el mago, hasta llegar finalmente a encontrarse con él. Con mucho sexo por el camino, y también con una trayectoria jalonada cada vez por más elementos fantásticos.

La novela resulta fallida porque los lugares visitados por el burócrata resultan a menudo confusos o difíciles de localizar (se echa de menos un mapa), porque el supuesto elemento de intriga que va atosigando al burócrata resulta bastante evidente casi desde el principio, porque el marco histórico de Miranda (con sus habitantes nativos, los espectros, a la cabeza) está pobremente explicado, porque el componente fantástico a menudo deviene en fantaseos difíciles de asumir, y porque la novela adolece de cualquier tipo de tensión (incluso el enfrentamiento final entre el burócrata y Gregorian resulta insulso). Menos mal que el desenlace contiene un pequeño guiño original al final, y que el libro es corto, que si no...

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