Hace unos días reseñaba en este mismo blog como parte de mi lista de novelas decepcionantes la colaboración que escribieron a cuatro manos Frederik Pohl y Jack Williamson ("El final de la Tierra"). Mi siguiente título en la lista de novelas decepcionantes es también una colaboración entre dos escritores, pero en este caso con un estilo y una temática mucho más afin. William Gibson y Bruce Sterling son probablemente los dos mayores exponentes del subgénero conocido como cyberpunk. Un subgénero que comenzó con "Neuromante", del propio Gibson (ya reseñado hace unos meses en este mismo blog) y que como ya dije entonces no es santo de mi devoción. Ahora bien, no es ésta una novela encuadrable en dicho subgénero, por lo que no proviene de ahí el calificativo de decepcionante. De hecho, me atrevo a decir que se trata de una colaboración fructífera, con dos escritores que se complementan y compensan mutuamente parte de sus defectos. Hasta el punto que me parece una novela claramente superior a "Neuromante", aunque no lo suficiente.
Quizá la principal decepción radique en la diferencia entre lo que habría podido ser esta novela y lo que realmente es. Porque la novela juega con la esperanza del lector, intentando convencerle de que la realidad creada por los autores es fidedigna desde el punto de vista histórico, y prometiendo una cohesión y una intensidad que casi nunca llegan a aparecer. A pesar de que el argumento tiene uno de los mejores puntos de partida que jamás ha tenido una ucronía en la ciencia-ficción: a diferencia de lo que ocurrió en la realidad, el matemático Charles Babbage logró construir su proyectada máquina diferencial, y gracias a la industrialización de Gran Bretaña de ello derivó un adelanto de varias décadas en la aplicación de la computación a las tecnologías de la información, con todo lo que esto supuso. Y todo ello presentado con la máxima apariencia de verosimilitud, intentando acentuar el ambiente industrial del Londres del s. XIX e incluso incorporando varios de los personajes más relevantes de la época (como John Keats o Benjamin Disraeli), aunque con profesiones alteradas. De ahí la etiqueta de steampunk que a menudo se aplica a esta novela.
La novela está estructurada en una serie de partes llamadas iteraciones, con protagonistas cambiantes aunque con un desarrollo cronológico lineal, rematadas por una coda final en la que mediante supuestos extractos periodísticos, recortes de noticias y hasta poemas, los autores intentan aclarar todo lo narrado. La lectura es más cálida y cercana de lo que cabría esperar en estos autores, y desde el primer momento la sensación de verosimilitud está muy lograda, aunque antes de la página 10 ya vemos cómo por ejemplo los pagos por el equivalente a tarjetas de débito eran comunes hace más de siglo y medio. Además, la novela presenta tangencialmente los cambios en el mapa geopolítico del siglo XIX, ejemplificados en una América del Norte desmembrada. En este marco el palentólogo y aventurero Edward Mallory se erige en protagonista absoluto, y la novela gira en torno a una intriga político-informática que se desvela progresivamente en cada iteración.
Por desgracia en seguida empiezan a aparecer capítulos con finales no del todo comprensibles, y por consiguiente el lector no termina de ver hacia dónde quiren llevar la novela los autores. Conforme aumentan las dosis de intriga y suspense y se narran los primeros asesinatos surge la esperanza de que la lectura pueda empezar a remontar el vuelo, pero la tendencia de los autores a "irse por las ramas" con descripciones insulsas y recorridos por Londres no del todo disfrutables para aquellos que no conozcan la capital británica, dicha esperanza se desvanece. Y además, las iteraciones se vuelven cada vez más complejas e irregulares, hasta el peligroso punto en el que el lector llega a la conclusión de que la novela definitivamente carece de rumbo fijo, y queda poco más que a la espera de que a Mallory le vayan aconteciendo las "desgracias".
La narración guarda algunas más sorpresas desagradables: desde la típica escena de sexo que se mete aunque no venga a cuento como en la gran mayoría de los best-sellers, hasta una cantidad considerable de páginas de mera divagación. Al menos conforme nos acercamos al final es claramente apreciable que Gibson y Sterling se han molestado en intentar encajar las distintas piezas de su rompecabezas, acelerando además el ritmo narrativo. Por otra parte, que Mallory fallezca cuando aún queda casi un quinto de la novela supone un inesperado punto a favor. Aunque para poder rematar la novela recurren al siempre discutible recurso de añadir nuevos personajes a poco más de 20 páginas del final. Y el desenlace en sí es muy poco clarificador, hasta el punto de que la coda termina incluyendo pequeños episodios para completar la narración.
En suma, una novela compleja, exigente con el lector, que podía haber dado mucho más de sí en manos de unos escritores que además de un gran derroche imaginativo hubieran tenido una dosis un poco mayor de talento. Y es que no siempre se puede tener todo.
Un apasionado de la literatura de ciencia-ficción y escritor a tiempo parcial que dedica parte de sus escasos ratos libres a compartir su pasión con el resto de aficionados.
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