Una entrada más prosigo con la reseña de las novelas ganadoras y nominadas a los premios Nébula durante la década de los setenta que aún no hubieran tenido una entrada independiente en este humilde blog. Voy a hablarles en esta oportunidad de "Los propios dioses", una de las mejores novelas de Isaac Asimov, que quizá siga siendo el escritor más famoso del género en los países de habla hispana. Una novela que vio la luz, además, en la época en la que en menor medida El Buen Doctor se estaba dedicando al género. Y es que desde mediados de los años cincuenta sólo había publicado una novela ("Viaje alucinante", 1966) que además no era enteramente suya, sino la adaptación a novela de la película del mismo nombre. La vinculación de Asimov con el género por aquellos años se limitaba a relatos cortos que escribía ocasionalmente. Hasta que, según contaba en sus muy recomendables "Memorias", empezó a trabajar en un nuevo relato corto cuyo argumento fue requiriendo más y más espacio para explorar todas sus posibilidades, hasta acabar convirtiéndose en la novela que les presento hoy. Una novela que, con toda justicia además, se alzó con el premio Nébula de su año. Y es que "Los propios dioses" es una excelente y ambiciosa obra que cubre con talento varios frentes: un descubrimiento científico que cambia la historia de la humanidad, la primera colonia lunar y, sobre todo, una sociedad extraterrestre con unos alienígenas absolutamente fascinantes.
Para tratar en profundidad estos tres frentes no necesariamente cercanos desde un punto de vista argumental, Asimov estructura la novela en tres partes separadas, pero siempre con el hilo conductor de la Bomba de Electrones: un artilugio que cambia la historia de la humanidad al proporcionar energía infinita y gratuita, y que se basa para ello en la existencia de un parauniverso en el que se produce una transferencia de energía equivalente pero en sentido contrario. Una teoría científica arriesgada pero que Asimov va desarrollando con maestría a lo largo de las tres partes.
Aunque sin duda lo mejor de la novela son los alienígenas que habitan ese parauniverso, a los que Asimov dedica la segunda parte. El tríade de Seres Blandos que conforman el Racional Odeen, la Emocional Dua y el Paternal Tritt resulta en mi humilde opinión una de las mejores entidades alienígenas de la historia de la ciencia-ficción: complementarios, coherentes, magistralmente caracterizados, van evolucionando como seres inteligentes ante los ojos del lector conforme la instintiva necesidad de engendrar una Racional se enfrenta a la gradual comprensión que alcanzan de lo que está sucediendo en el universo humano a causa de la transferencia bidireccional de energía. Y que además rematan el misterio que encierra la segunda parte con una revelación tan original como impactante.
A un nivel inferior pero aún muy alto se sitúa la primera parte, en la que con notable sarcasmo Asimov muestra todas las mezquindades y casualidades que rodean el descubrimiento científico primero y la creación después de la Bomba de Electrones, al tiempo que nos alerta sobre la ceguera perpetua de la humanidad para no ver aquello que no le interesa. Algo más floja es la tercera parte, en la que Asimov tal vez se detiene en exceso en los hábitos y las particularidades de la relativamente nueva colonia lunar, antes eso sí de resolver elegantemente la novela con el recurso a la bomba-cosmeg que en realidad demuestra la existencia de infinitos universos.
La verdad es que poco se le puede reprochar a esta excelente novela, más allá de esas primera y tercera partes ligeramente inferiores a la maravillosa segunda parte. Si acaso, unos personajes humanos con frecuencia menos eficazmente caracterizados que los alienígenas de la segunda parte, y una literatura tal vez demasiado directa, con predominio absoluto de los diálogos. En realidad minucias frente a la inteligencia que desprende todas sus páginas, a lo elaborado del elemento científico, a lo coherente de las soluciones planteadas para la vida en la luna, a las dosis de humor, a la concisión de la novela y a todas las demás virtudes ya mencionadas.
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