miércoles, 27 de mayo de 2015

El temor de la Fundación (1997). Gregory Benford

Ya he manifestado anteriormente en este mismo blog que para mí la saga de la Fundación es, con todo merecimiento, la saga más reconocida en la historia de la ciencia-ficción. Así que, cuando unos años después de la muerte de Isaac Asimov, sus herederos autorizaron la elaboración de una trilogía sobre la misma que arrojara luz sobre algunas de las principales incógnitas de la saga, y que sobre todo me permitiera reencontrarme con sus principales personajes y escenarios, mi expectación fue máxima. Aunque al conocer los escritores involucrados en la redacción de la misma (Gregory Benford, Greg Bear y David Brin) mi ilusión bajó un tanto. No es que se trate ni mucho menos de escritores de segunda fila (cosa que sí sucede con la saga "Robot city", lejanamente emparentada con la saga de los robots de Asimov y que nunca me he animado a leer), y todos han sido reconocidos con los premios más importantes del género. Pero Brin me parece un escritor relativamente irregular, a Bear creo que le falta un poco de chispa y sobre todo Benford no se encuentra entre mis predilectos por su pretenciosidad y sus reiterativas obsesiones y tics. Así que aunque voy a recomendar leer las tres novelas de la saga (siendo cada una de ellas de un escritor diferente no veo sensata otra recomendación), sí que advierto que la impresión final de esta segunda trilogía probablemente sea muy inferior a la de la saga original, aunque no me atrevería a calificarla de decepcionante.

La saga está compuesta por las siguientes tres novelas, en orden cronológico y de lectura:
"El temor de la Fundación" (1997). Gregory Benford
"Fundación y caos" (1998). Greg Bear
"El triunfo de la Fundación" (1999). David Brin

Centrándonos en "El temor de la Fundación", la aportación de Benford a la saga, empezaré diciendo que para mí es sin duda la peor de las tres novelas, e inferior a cualquiera de las de la saga original. La razón básica es que creo que Benford carece del talento de Asimov para mantener el nivel de la saga, con su inagotable riqueza a diferentes niveles. Aunque no debemos ignorar sus esfuerzos por ajustarse al universo asimoviano.

El comienzo, sin ir más lejos, es alentador: Benford respeta la estructura en varias partes de las novelas de la saga escritas en los ochenta, con una cita de la Enciclopedia Galáctica al comienzo de cada una, y una sucesión de capítulos cortos dentro de las mismas, tal y como había hecho el Buen Doctor. Además, recurre al uso intensivo de los diálogos y sitúa la acción justo antes de la elección de Hari Seldon como Primer Ministro del Imperio Galáctico, lo que le permite al lector ponerse rápidamente en situación y le posibilita la satisfacción de reencontrarse con viejos conocodios: Cleon I, Dors, Daneel, Yugo... Sin embargo, la recreación de los mismos no está del todo conseguida, pues se echan en falta personajes (Raych), algunos como Yugo, que se ha convertido en un apasionado nacionalista dahlita, están demasiado alterados, y en la relación de Hari con Dors hay episodios de pasión impropios de Asimov.

Con la segunda de las ocho partes de que consta la novela aparece el principal problema: los Simulacros, unos programas de inteligencia artificial que son resucitados por Seldon como mecanismo para comprobar sus teorías psicohistóricas. En total, nada menos que un tercio de la novela focalizado casi en exclusiva en dos personajes demasiado ligados a la historia de la Tierra (Juana de Arco y Voltaire), que se enzarzan en especulaciones inverosímiles, cargadas de términos de significados confusos y faltas de acción. Incluso el debate entre fe y razón que plantean permanentemente, además de ya de sobra conocido, queda lejos de las reflexiones de la saga. Tanto, que muchas veces el lector debe resistirse a la tentación de saltarse estos capítulos. Y ni siquiera es una aportación consistente, ya que por ejemplo Marq y Sybyl, protagonistas de la segunda parte, desaparecen sin más hasta el final.

Siguiendo con el capítulo de los defectos, otro defecto grave es que aunque el eje central de la novela parece en principio la conspiración de Lamark contra Seldon, pero durante muchas fases de la novela no hay ninguna alusión a esta situación, lo que confunde al lector. Tampoco se muestra inspirado Benford a la hora de aprovechar la fascinante diversidad del Trántor que nos descubrió Asimov: incluso las otras partes de la ciudad-planeta que crea para la ocasión (Junin, Analytica) carecen de fuerza, como si él mismo no creyera demasiado en ellas. Otros defectos menores son la continua inserción de citas, los excesos imaginativos de Benford (a modo de ejemplo puedo citar los gatos que hablan y desfilan), la aparición puntual de personajes de la Tierra que nada aportan a la obra (desde Torquemada a Jesucristo), y una cierta brusquedad y confusión a la hora de narrar la mayoría de los episodios de acción.

Afortunadamente, algunos aciertos permiten completar la lectura de la obra. En especial la quinta parte, dedicada a Panucopia (la interacción con los pans, su utilización para la teoría de la psicohistoria y la conspiración de Vaddo contra Dors y Hari). También las recepciones y fiestas palaciegas, que si bien no logran recrear el ambiente de intriga característico de Asimov, sí saben reflejar la inmensidad y el refinamiento del Imperio. Asimismo, la atención al componente científico (incluso cuando como en el caso de los agujeros de gusano contravenga el salto hiperespacial que Asimov había usado en sus novelas de los cincuenta), las referencias a otros elementos del universo Asimoviano (el planeta Sark de la saga del Imperio, el robot Giskaard de la saga de los robots...), y el hecho, desvelado al final, de que los fatigosos Simulacros y el Retículo tenían como fin plantear una solución (bastante convincente, por cierto) a la ausencia total de alienígenas en la Galaxia.

Resaltar por último la excelente traducción (algo no siempre habitual en el género) a cargo de Carlos Gardini.

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