sábado, 29 de septiembre de 2012

Más que humano (1953). Theodore Sturgeon

Mi siguiente título en mi lista de novelas de novelas decepcionantes es la obra más famosa de unos de los autores clásicos del género, Theodore Sturgeon. Y es que aunque su lectura me resultó agradable la mayor parte del tiempo, debo reconocer que este clásico de los 50 me decepcionó. Me temo que su problema es que no ha envejecido muy bien.

Al igual que sucedió en mi reseña anterior (Mutante, de Henry Kuttner), una de las características que más claramente nos previene de su antigüedad es la estructura en forma de fix-up: 3 relatos (El idiota fabuloso, El bebé tiene 3 años, Moral) autocontenidos, pero enlazados sólo parcialmente, y de desigual calidad. Un formato típico de la Edad de Oro de la Ciencia-Ficción. Y con personajes no menos típicos: el "idiota" Lone, la niña con capacidades telequinéticas Janie, los mellizos con capacidades de teleportación Bonnie y Beanie, el bebé mongoloide que todo lo predice, el pillo Gerry Thompson, el demente Hip Barrows... Un elenco de seres marginales sobre el que resulta muy complicado cimentar con un mínimo de rigor la teoría del Homo Gestalt, al que Sturgeon propone como siguiente paso en la evolución de la humanidad. Una idea cuestionable y con un cierto aire infantil, si bien algunos elementos de la misma (la asociación simbiótica de individuos o el recurso a un nuevo código moral (el etos)) sí me parecen interesantes.

Otro punto en contra de la novela es su prosa, con frecuencia demasiado metáforica para seguir nítidamente los acontecimientos. En general, la obra rezuma un aroma de fábula costumbrista y de sucesos insuficientemente justificados (alucinaciones incluidas), más propia de una novela juvenil de fantasía. Probablemente lo único positivo de este enfoque es que la relación de Lodd con sus protectores consigue despertar en algunos pasajes la emotividad del lector, algo poco habitual en un género habitualmente frío. Además de por su emotividad, la lectura se sostiene por la inesperada aparición de algunos elementos científicos (incluido un generador de antigravedad) o por los amenos incidentes que surgen a raíz del traslado de los miembros del heterogéneo grupo a la casa de Alice Kew.

Sin duda la segunda parte, que fue la que primero vio la luz como relato independiente, es la más floja. Centrada excesivamente en las sesiones psiquiátricas un tanto forzadas de Gerry Thompson con Stern, resulta bastante insulsa. Además, la repentina muerte del aparente protagonista, Lone, acaba por descolocar al lector. Sólo al final de la misma una serie de hechos, en esta oportunidad bien urdidos y correctamente descritos, justifican esta segunda parte y dan sentido a la existencia de una tercera.

Lo primero que sorprende de esta tercera parte es el repentino protagonismo de Hip Barrows (como compañero de Janie) cuando apenas se había aludido a él en la primera parte. Además, en estos últimos capítulos el comportamiento de algunos personajes se modifica sin la justificación suficiente (piénsese en Janie o en Gerry). Al menos, el final optimista deja un regusto agradable, en la tradición de Clifford D. Simak, pero a costa de tantos altibajos y defectos inesperados que probablemente la lectura de la misma no merezca la pena. A pesar de lo que opine David Pringle...

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