Prosigo una entrada más con las reseñas de las novelas que he seleccionado como representativas de la alteración de la realidad en la literatura de ciencia-ficción, de la mano de dos reputados expertos en esa corriente como son Philip K. Dick y Robert C. Wilson. Le ha llegado el turno en esta oportunidad a Fluyan mis lágrimas, dijo el policía", la última novela que voy a reseñar de Dick dentro de esta revisión de la alteración de la realidad. Se trata de una de las pocas novelas premiadas del estadounidense (se alzó con el premio John W. Campbell), y también de una de las más recomendables (aunque ya he comentado en alguna oportunidad que para mí sus dos mejores novelas son "Los tres estigmas de Palmer Eldritch" y "Ubik"). La presente es una novela atrayente, cautivadora, que conjuga la arrolladora personalidad como escritor de Dick con una historia trepidente y menos delirante de lo que cabría esperar.
Digo cabría esperar porque la producción de Dick durante la década de los setenta arrastra la fama de estar más centradas en sus delirios autobiográficos que en las propias narraciones. Así que debo reconocer que en su momento afronté la lectura un tanto a la defensiva. Precaución que se reveló innecesaria: obviamente están presentes muchos de los rasgos habituales en su producción (un estado de tintes totalitarios, la generalización del consumo de drogas, el cuestionamiento permanente de la realidad, la sensación de deshumanización...), pero también una trama claramente definida en torno a la caída del presentador y cantante Jason Taverner, su desesperado esfuerzo por recuperar el estatus perdido, y su relación con el departamento de policía de Los Ángeles. Es cierto que existen capítulos delirantes y difíciles de aceptar (el primero de la tercera parte por encima de todos), pero también se aprecia un claro esfuerzo por dotar a la novela de continuidad y rigor (casi me atrevería a hablar de coherencia de lo narrado). Como lo prueba la cuarta parte, unas páginas dedicadas en exclusiva a atar los cabos sueltos de todos los personajes.
El dinamismo de la novela es digno de elogio, y a pesar de la continua sucesión de personajes femeninos que van acompañando a Taverner a lo largo de sus páginas, mantiene en todo momento el interés por lo que sucederá a continuación. La primera parte en especial raya a gran altura, ya que Dick dedica el tiempo justo a ponernos en situación sobre su protagonista y la sociedad en la que vive, e inmediatamente después nos sumerge en esa realidad alterada en la que Taverner no existe y lucha desesperadamente por crearse una identidad que le permita eludir los campos de trabajos forzados. La segunda parte resulta más irregular (a pesar de que en ella Dick nos da a conocer al trascendental "policía", Felix Buckman), y las continuas reflexiones sobre el amor y las recurrentes visitas al cuartel de la policía hacen que la novela se resienta un tanto. Pero después de la pirotecnia de su primer capítulo a la que aludía, la tercera parte remonta el vuelo con una sucesión de acontecimientos más sensata y un desenlace un tanto inesperado.
La novela adolece de varios fallos qe me impiden considerarla a la altura de lo mejor de su producción. El más obvio es el inverosímil giro con el que Dick explica los dos días de realidad alterada que experimenta Taverner (y es que el consumo de KR-3 no sólo afecta a Alys Buckman que es quien lo consume, sino al resto de sujetos de su entorno). Pero también es mejorable la manera cómo Taverner inicia su caída (la gelatinosa esponja Callista), los frecuentes errores con las fechas, el ya habitual en Dick de crear una sociedad demasiado avanzada para 1988 (y eso después de una Segunda Guerra Civi y la virtual eugénesis de la raza negra), y una mezcla de artilugios inverosímiles por avanzados con otros completamente anacrónicos (como los tocadiscos que tan destacado papel desempeñan en el retorno a la realidad de Taverner).
A cambio, Dick despliega todo su arsenal de provocaciones (una relación incestuosa entre los Taverner con un hijo en común, relaciones consentidas con menores de catorce años, una red transexual de rejilla telefónica, personajes femeninos obsesionados por el placer y escasos de humanidad, y gadgets por doquier (coches que vuelan e inducen al sueño a sus pasajeros, edificios que flotan por encima del suelo, proyecciones de electroencefalogramas desde helicopteros policiales...)). Un arsenal que unido a su habitual alteración de la realidad y a un argumento bien estructurado y rematado, logra que la novela resulte no sólo disfrutable, sino altamente recomendable.
Un apasionado de la literatura de ciencia-ficción y escritor a tiempo parcial que dedica parte de sus escasos ratos libres a compartir su pasión con el resto de aficionados.
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