jueves, 5 de abril de 2012

Las máscaras del tiempo (1968). Robert Silverberg



Seleccionando esta novela estoy profundizando en la tendencia que inicié con la reseña de Viaje alucinante: obras que ni siquiera para sus propios autores se incluyen entre sus preferidas, pero que sin embargo tienen un lugar destacado en mi lista de personalísimamente favoritos. Aunque tampoco parece una elección tan descabellada, teniendo en cuenta que "Las máscaras del tiempo" fue finalista del premio Nébula de 1968 (obtenido por "Rito de iniciación", de Alexei Panshin). De hecho, me atrevo a decir que esta novela de Silverberg no fue la ganadora no tanto por sus incuestionables méritos, sino por su contenido, demasiado irreverente y desenmascarador de la mojigatería norteamericana.

Y eso que el punto de partida es relativamente sencillo: el 31 de diciembre de 1998 atteriza en la escalinata de la Plaza de España de Roma el viajero en el tiempo Vornan-19, procedente del año 2999. A raíz de ahí, y como toda novela que trate del viaje en el tiempo, inmediatamente surgen tanto el problema de la justificación física como el del tratamiento de las paradojas. Para Silverberg, la solución de estas dificultades se encuentra en la inevitable ambigüedad: cada personaje se limita a ofrecernos "su visión de los hechos" a partir de sus conocimientos y experiencia personales, de manera que ni siquiera se aclara si Vornan realmente procedía del 2999.

Lo que interesa al escritor es lo que rodea al Viajero en el tiempo, su descomunal influencia, primero en determinados individuos, y más tarde en todo el planeta. Para resaltar esta influencia Silverberg elige un grupo de acompañantes francamente soberbio, puesto que cubre todos los aspectos posibles de la personalidad del Viajero. Así vamos conociendo no sólo sus distintos rasgos, sino las disensiones que provoca.

Debo resaltar con qué maestría se nos muestra la evolución que sufre el Viajero: conforme va interiorizando la sociedad "medieval", su personalidad se vuelve más retorcidamente egocéntrica. Hay capítulos realmente formidables (la mansión, la bolsa, el burdel), que nos muestran a un Vornan despreocupadamente mordaz: el vehículo elegido por Silverberg para criticar duramente buena parte de la sociedad del siglo XX, desde sus tabúes sexuales hasta sus problemas ecológicos. Del mismo modo, con el transcurrir de las páginas la narración abandona la sátira y potencia el dramatismo, revelando el vacío interior de los habitantes de nuestro tiempo, de manera enormemente aleccionadora.

Defectos, pocos. Quizá una sociedad excesivamente evolucionada para la época escogida (aunque con avances ingeniosos y científicamente explicados), y un comienzo un poco lento (probablemente con el afán de situar al lector).

Mencionar finalmente la sensacional referencia a todos los órdenes de la sociedad mundial del tramo final. De suerte que la lectura concluye con la sensación de que Vornan ha cambiado nuestro mundo para siempre. Sin llegar a tanto, debo decir que para mí esta novela marcó un antes y un después en mi manera de entender la ciencia-ficción, entendiendo que incluso los argumentos más genuinamente reconocibles del género podían desembocar en aguas aún sin transitar. Imprescindible.

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