domingo, 11 de septiembre de 2011

#10 Tiempo de cambios (1971). Robert Silverberg



Ninguna lista de novelas esenciales para entender la ciencia-ficción puede estar completa sin una obra de Robert Silverberg. La dificultad es escoger solamente una, entre tantas obras memorables. Para mi selección he optado por Tiempo de Cambios porque es una incuestionable demostración de todo lo que su talento puede ofrecer, pertenece a su mejor época y es una de las más premiadas.

Tiempo de cambios transcurre en un planeta, Borthan, en el que se ha establecido una cultura complementamente diferente a la occidental: una cultura en la que se ha alcanzado la paz, pero a cambio la primera persona de singular está prohibida, la intimidad no existe, y la sola mención de la palabra "yo" se considera una obscenidad. Un argumento de gran interés, y que en manos de Silverberg da lugar a multitud de análisis, de especulaciones, de puntos de vista, que el autor nos ofrece mediante el diario de Kinnall Darival, su principal protagonista.

Desde el primer momento cautiva el marco escénico creado, con su orografía, sus contrastes, su inagotable riqueza. A ello se une la habilidad literaria de Siverberg a la hora de profundizar en sus protagonistas, los cuales cautivan por su "humanidad", su credibilidad, su naturalidad a la hora de comportarse. Es tal su habilidad a este respecto que en ocasiones el lector llega incluso a plantearse si realmente llegó a conocer a los personajes a los que da vida en estas páginas.

Todo ello se logra mediante una traslación gramática brillante, sugerente, en especial para un desafío literario tan complejo como el planteado. Y ensalzado con las continuas reflexiones sobre la condición humana que Silverberg inserta con naturalidad (muchas de las cuales subrayé, fascinado). Por supuesto, tales aciertos se maximizan en la figura de Darival, quien nos ofrece un abanico muy amplio de ideas y valoraciones según su situación personal, tan complejo como el que podría extraerse de cualquier obra autobiográfica. Una riqueza que sin embargo no es obstáculo para una concisión sorprendente: al finalizar la lectura es cuando mejor se aprecia cuánto ha sido capaz de profundizar Silverberg en la individualidad y en la condición humana en general en apenas 200 páginas.

Sinceramente, creo que es muy difícil ponerle algún pero a Tiempo de cambios. Si acaso, una cierta falta de inquietud que aguijonee al lector a devorar las páginas durante la primera mitad de la novela. Y tal vez ciertas referencias demasiado obvias a épocas y lugares de la historia humana. Pero, insisto, esos detalles en ningún caso desmerecen la coherencia de la novela, las interrelaciones de personajes que la presiden y la sensación estar leyendo un clásico imperecedero. Tan logrado como disfrutable.

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